Para terminar esta serie de entradas que he llamado Crónicas del Camino Francés 2015, no quiero dejar de hacerlo sin dedicarle unas palabras a un objeto entrañable: mis fundidas botas, que me acompañaron en todas y cada una de las pisadas desde el principio hasta el momento en que decidí que ya habían dado de sí todo lo que tenían que dar.
"Veremos a ver si aguantan y no me dejan tirado", me dije al ver el daño.
Y efectivamente, cada vez más desgastadas, más rotas, han aguantado como unas campeonas y malheridas y todo, me pusieron en las puertas de Santiago después de hacer más de 800 kms., y los que ya tenían de antes.
Han sido unas fieles y leales compañeras, por eso me dolía pensar que iban a acabar en un contenedor de la basura. Sinceramente no se lo merecían.
Botas abandonadas por peregrinos en el Camino |
A lo largo del Camino es frecuente ver que muchos peregrinos dejan sus botas rotas, desgastadas y sufridas en lugares diversos, lo cual me dio pie a pensar que las mías se merecían más que ningunas otras botas, el mérito de descansar en un sitio de honor, que para eso me habían llevado y traído por tantos caminos y veredas.
Y qué mejor lugar que las puertas de Santiago de Compostela, en el Monte do Gozo, junto al monumento, retiradas del bullicio de los peregrinos, colgadas a distancia en un cercano arbolillo, para contemplar sin molestar a todos lo que por allí se acercan, como a mi me gusta, discretamente ver sin ser visto.
Se merecían ese homenaje y de alguna forma pensaba también que quedaran como mudo testigo de todo lo malo y bueno vivido a lo largo de mi Camino.
En el fondo, sé que el Camino volverá a efectuar su llamada y cuando vuelva sería bonito el reencuentro con ellas.
Es un deseo oculto en el profundo subconsciente, un sentimiento de encontrarlas a la vuelta.
Y qué mejor lugar que las puertas de Santiago de Compostela, en el Monte do Gozo, junto al monumento, retiradas del bullicio de los peregrinos, colgadas a distancia en un cercano arbolillo, para contemplar sin molestar a todos lo que por allí se acercan, como a mi me gusta, discretamente ver sin ser visto.
Se merecían ese homenaje y de alguna forma pensaba también que quedaran como mudo testigo de todo lo malo y bueno vivido a lo largo de mi Camino.
En el fondo, sé que el Camino volverá a efectuar su llamada y cuando vuelva sería bonito el reencuentro con ellas.
Es un deseo oculto en el profundo subconsciente, un sentimiento de encontrarlas a la vuelta.
Mis fundidas botas en el arbolillo del Monte do Gozo, ¿esperando la vuelta? |
Aquí os dejo un vídeo e imágenes de tan emotivo momento.
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