Tuvimos la suerte de que a la hora que era, entre las 14:30 y las 15 horas, no había nadie y sin hacer cola obtuvimos nuestra Compostela, ese papelito que cara a los demás acredita que se ha hecho el camino y se ha ganado un sitio en el cielo, al menos para los creyentes. Aunque los tres sabíamos que no era necesario y que el premio de nuestra andanza lo llevábamos cada uno en nuestros adentros, pues nos hizo ilusión el obtenerla, también es un bonito recuerdo, digo yo que para los nietos.
Hechos ya unos marqueses, buscamos un buen lugar para comer, que ya era hora pasada. Muy cerquita encontramos un lugar tranquilo que daban un buen menú del peregrino y sin pensarlo nos adentramos en él.
Unos brindis con cerveza fresquita y a comer, bueno a devorar más bien. Después del yantar, más relajados todo se veía de otro color y la decisión de la vuelta a casa la tomamos como aquel que dice sobre la marcha: una vez hechas las compras de rigor y ya que conocíamos Santiago de otras ocasiones, nada nos retenía en ese lugar. A pesar del gran cansancio acumulado, quedarnos a dormir nos pareción un atrevimiento, despilfarro y pérdida de tiempo, así que decidimos recoger el coche y turnarnos en la conducción.
Y así lo hicimos, después de una noche completita de esfuerzo por no dormirse, de frecuentes paradas para tomar un cafelillo y alguna otra cosilla que nos diera fuerzas, a primera hora de la mañana estábamos en casa. La aventura había terminado y el peregrinaje del pedal-pedal había empezado a pasar al baúl de los recuerdos.
Y así lo hicimos, después de una noche completita de esfuerzo por no dormirse, de frecuentes paradas para tomar un cafelillo y alguna otra cosilla que nos diera fuerzas, a primera hora de la mañana estábamos en casa. La aventura había terminado y el peregrinaje del pedal-pedal había empezado a pasar al baúl de los recuerdos.
Hemos tenido un fantástico Camino, percances minúsculos y mucha suerte. Santiago nos ha protegido. Gracias una vez más.