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lunes, 24 de septiembre de 2018

Camino de Santiago: cómo conseguir la Compostela en cinco días


Me ha llegado este articulito de elmundo.es y me ha gustado mucho, por eso lo guardo para que no se pierda en el olvido.

Quienes no disponen de mucho tiempo o no tienen la condición física necesaria para realizar el Camino Francés desde Roncesvalles pueden probar con este último tramo de 115 kilómetros, el mínimo exigido para recibir la Compostela. Entre medias, surgen auténticas maravillas arquitectónicas, gastronómicas y naturales.

A las ocho de la mañana en Sarria las cafeterías ya están atiborradas. En esta pequeña localidad de Lugo, los viajeros se convierten en peregrinos justo antes de entrar en la Galicia más salvaje. Los desayunos con café, tostadas con mermelada y zumo de naranja se sirven sin parar en las barras de los locales de la Rúa Maior (Calle Mayor) a quienes ya tienen todo listo para iniciar la última etapa del Camino Francés (el más popular de las variantes que tiene esta peregrinación).
Mientras los cafés aún humean, incontables idiomas se escuchan al entrar y salir por la puerta de los albergues y bares, tanto de quienes aquí comienzan la aventura, como de aquellos que ya llevan recorridos los otros 700 kilómetros desde Roncesvalles (Navarra). Pero todos tienen un mismo objetivo: llegar, en cinco días, a la catedral de Santiago. Para muchos, andar esos 115 kilómetros (el mínimo necesario para obtener el certificado de peregrino o Compostela) es la culminación de una experiencia espiritual, pero para otros puede ser el plan perfecto para una escapada de cuatro o cinco días en el norte.


Día1: De Sarria a Portomarín. 21 kilómetros
Esta es la primera de las cuatro etapas y, sin duda alguna, la que mayor diversidad paisajística ofrece. Desde antiguos conventos e iglesias románicas (como el templo/fortaleza de San Nicolás, en Portomarín) hasta riachuelos y frondosas sendas, donde los juegos de luz entre las hojas simulan un caleidoscopio. Es lo que los peregrinos pueden encontrar aquí, además de otras maravillas como los verdes prados desde donde la geografía gallega se aprecia como una postal. Viajar ligero es lo mejor, porque en cada pueblo (y a lo largo de todo el recorrido) hay infinidad de bares y paradores para descansar, curar alguna ampolla, comer un bocadillo o tomar una cerveza.
El de Barbadelo es uno de ellos (famoso por sus generosos desayunos). Este tramo no es particularmente difícil, así que sus cuestas resultan más atractivas que retadoras. Se estima que en cinco horas un senderista amateur lo puede hacer, y lo ideal es llegar sobre las 14.00 para encontrar sitio en los albergues, comer tranquilo un pulpiño o una empanada de bonito, y descansar en alguna de las terrazas que miran hacia el embalse del Miño.

Día 2: De Portomarín a Palas de Rei. 25 kilómetros. 
Si bien la etapa anterior parece más un paseo, ésta sí que pone a prueba la condición del peregrino. Las cuestas son más pronunciadas, sobre todo la que lleva hasta la Sierra de Ligonde. Aun así, hay tramos más ligeros, como los que atraviesan enormes prados donde pastan vacas de raza autóctona, o como los paseos por las pequeñas aldeas (con típicas casas de piedra).
Se recomienda salir lo antes posible (entre las 7.00 y 8.00 de la mañana) para evitar una mayor exposición al sol (sobre todo en verano) durante los tramos menos arbolados. Y aproximadamente, esta etapa se puede recorrer en seis horas (una o dos más que en la previa). Pero un buen caldo gallego ya en Palas de Rei (muchos de los locales recomiendan la taberna A Forxa) revive a cualquiera. Incluso viene bien para tomar fuerzas y visitar el Castillo de Pambre, uno de sus principales atractivos.

Día 3: De Palas de Rei a Arzúa-Ulloa. 29 kilómetros. 
Como el «rompepiernas» se conoce a esta etapa. Y no es una exageración, por eso es muy importante descansar y comer bien. Y para ello, en Melide (que se encuentra a mitad de camino) es obligatorio ir a la pulpería Ezequiel para degustar un buen pulpo a feira, el plato estrella del recorrido, con una merecida caña o un vino blanco fresco de la región, como un buen Ribeiro, por ejemplo. Porque las cuestas y bajadas que esperan al viajero a partir de ese punto son todo un desafío.
Pero el sacrificio merece la pena, sin duda alguna, por lo espectacular de sus arbolados senderos dignos de cualquier bosque de cuento de hadas. Y también por los pintorescos pueblos como San Xulián, que se puede disfrutar a pocos kilómetros del inicio de este recorrido. Cuando dos peregrinos se encuentran se rompe el hielo con un «buen camino» (el saludo oficial de la ), pero éste se hace cada vez más frecuente a partir de este punto, ya que es donde se unen otras rutas procedentes del Camino Inglés, considerado el Primitivo, y el del Norte.
A Arzúa se suele llegar por la tarde y para cenar, por lo que hacer una reserva en Teodora (el sitio que recomiendan los lugareños para «comer como se debe y a buen precio») no está de más. Para los amantes del queso de tetilla, en esta denominación de origen podrán encontrar productos a muy buen precio. Así, podrán llevarse uno de los recuerdos gastronómicos más emblemáticos del Camino.

Día 4: De Arzúa a O Pedrouzo (Rúa, y Santa Irene). 19 kilómetros. 
Hay senderistas y peregrinos con experiencia que hacen los 40 kilómetros entre Arzúa y Santiago en un solo tirón, pero para quienes se enfrentan al Camino por primera vez esta escala es indispensable. Además, después de la intensa jornada anterior, lo mejor es bajar un poco el ritmo. Y así se podrá llegar al destino en cuatro o cinco horas. Los senderos que cruzan eternos riachuelos hacen que el cansancio del día anterior se olvide. Hay más opciones, ya que a los entusiastas de los monumentos religiosos les espera la ermita de Santa Irene (con su fuente barroca de aguas curativas), que se encuentra a pocos kilómetros antes de llegar a Rúa.

Día 5: De Rúa a Santiago de Compostela. 21 kilómetros. 
Por fin, la última etapa. Aquí es donde el sudor, las ampollas y las lágrimas obtienen su merecida recompensa. Donde muchos peregrinos dejan el cansancio atrás y deciden darlo todo para llegar triunfantes a la Plaza del Obradoiro, donde su destino -resguardado entre el Palacio de Rajoy, el Hostal de los Reyes Católicos y el Colegio de San Jerónimo (Rectorado de la Universidad de Santiago)- los espera, es decir: la imponente catedral de Santiago de Compostela. Y cómo no, un gaitero, bajo el último puente antes de llegar a la plaza, les da la bienvenida con música celta.
La capital gallega, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1985, recibe durante todo el año a los peregrinos, no sólo durante los meses de verano. Y lo hace con panaderías, cafeterías y tabernas que ofrecen mariscos, tarta de Santiago, vino y otros muchos manjares locales. Muchos de ellos intentan llegar a la primera misa para el peregrino, que se ofrece a las 12 de la mañana, y así disfrutar del espectáculo del botafumeiro.
Pero otros lo hacen después y sólo se quedan a cantar y a celebrar su llegada en el centro de la plaza junto a otros peregrinos, bicigrinos (así se conoce a quienes hacen el recorrido en bicicleta) y todo tipo de turistas. Porque al final, rutas hay varias, peregrinos hay muchos, pero el Camino sólo hay uno y es tan personal que cada uno lo hace a su manera.

Fuente: elmundo.es


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